miércoles, 27 de agosto de 2008

Ajustó el reloj...

Riquelme sentía el cambio de horario y el cansancio. No estaba preciso, pero sobre la hora metió un tiro libre precioso para darle otro gustito a la vuelta olímpica.

Román y el gusto de festejar el título con sus hijos. La medalla quedó para Florencia.

No había estado preciso. Había contado con un tiro libre muy peligroso y nada. Cuando estuvo mano a mano, no lo definió. Riquelme sabía que se acaba el partido y ajustó la mira. O el botín. Y así metió su tiro libre de gol para que la vuelta olímpica no tuviera el sabor amargo de una derrota. "Para mí es muy importante ganar dos títulos en tan poco tiempo. No importa quién hace los goles. El cambio de horario se siente, pero cuando terminás así, ya no importa. Ahora sí voy a descansar", decía Román con una mezcla de cansancio y satisfacción mientras se babeaba por cómo sus hijos festejaban en la cancha con él.

A media máquina. Como Boca entendió por momentos el partido, como quizá se lo exigió su físico. Durante gran parte del partido, Riquelme fue el reflejo de Boca o Boca el de Riquelme: el orden de los factores no altera al producto de un equipo que de tanto regular sufrió más de la cuenta para ser campeón.

La noche de Román había empezado con las habituales ovaciones a la hora de la presentación (el más aplaudido por los hinchas), el abrazo con su colega en el oro olímpico, Juan Curuchet, y la plaqueta del club saludando su podio en Pekín. A la hora de jugar, nadie mejor que Riquelme para conocer sus limitaciones. Por eso, eligió disimular el cansancio del viaje (llegó el domingo de China) jugando más cerca de los delanteros que lo habitual y sin retrasarse tanto para armar el juego.

Algún tiro libre menor desde los costados lo dejaban fuera de la escena principal de la final hasta que le puso un córner a Viatri en la cabeza y en dos minutos metió sus mejores asistencias de la noche. Toque corto y sin mirar para que Palacio quedara mano a mano. Devolución de primera fantástica para que Ibarra reventara el palo izquierdo de Campestrini. Después a regular un rato, a ganar aire para las piernas. Apenas sacudió la modorra general cuando Arsenal empezó su recuperación. Román encaró como nunca antes en el partido. Se animó al uno vs. uno, apiló a dos y cuando se metía en el área lo revoleó el karateca Báez. Provocó la expulsión, pero buscó darle fuerza a un tiro libre antes que dirección.

Tuvo otra más clara cuando Chávez le dio un centro-pase dejándolo solito ante Campestrini y dentro del área chica. Una vez más, se le iría por arriba del travesaño. Pero no había cerrado su historia y fue a buscar el último tiro libre con esa convicción única. Ajustó el reloj y la puso junto al palo. A lo Román.

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