martes, 3 de junio de 2008

Divan Por Màs

Divan por másPalermo y varios más hacen terapia. Es parte del secreto de este equipo ganador, que mañana tiene otra final...

Palermo al frente, con Ibarra, Palacio y compañía.
¿Cómo se construye un campeón? O, más precisamente, ¿cómo se arma una cabeza de campeón? ¿Cuál es el secreto para lograr una mentalidad invulnerable? ¿Cómo se consigue esa fortaleza de cuerpo y mente que hoy, a horas de viajar a buscar otra hazaña copera a Brasil, luce como una de las mayores virtudes de este Boca? Esas preguntas que están de moda, sobre todo tras el tsunami que se vivió en Núñez en un reciente River-San Lorenzo de Copa Libertadores, desde ya que no tienen una sola respuesta por La Boca. Está la mística, el ejemplo que bajan los grandes, el camino que se señala desde Inferiores, el hambre imperecedero, la organización a nivel club, el profesionalismo en todos los rubros... Todo eso construye cabeza, es cierto, pero también colabora un detalle que en otros tiempos sonaba a mala palabra en el fútbol y, sin embargo, hoy en Casa Amarilla es tan parte de la vida diaria que a nadie le llama la atención: la psicología.

Hace ya 12 años, cuando Mauricio Macri asumió en Boca y motorizó una transformación integral del club, una de las caras nuevas que apareció por Casa Amarilla fue la psicóloga Mara Villoslada. Desde entonces se mantiene tan distante de los medios de prensa como su profesión se lo exige. Pero su área de trabajo no sólo creció, y se completó con otra psicóloga llamada Anabella González y con dos asistentes sociales que visitan a los pibes en sus casas y pasan informes detallados de la situación de cada uno, sino también que se metió en la vida del plantel profesional. Si bien en aquellos primeros años de trabajo estaba abocada full time a Inferiores, a medida que los chicos fueron creciendo y llegando a Primera, y la siguieron buscando para charlar de sus cosas, Villoslada fue ingresando casi sin querer en la vida de la Primera de Boca. Y fue nada menos que Martín Palermo, cuando en 1999 se rompió los ligamentos, la que la hizo mujer de consulta permanente. Hoy, entonces, a nadie le extraña que el Loco cruce el hall de Casa Amarilla en ojotas, antes de la práctica, para ir a charlar con ella antes de empezar a correr con el Profe Alfano. O que Pablo Migliore, después del blooper de su vida justo contra Fluminense y por la Copa Libertadores, una de las primeras cosas que haga cuando reaparece por el club sea desahogarse media hora con Mara. O que Mauro Boselli, asfixiado por algunos problemas familiares y también por una sequía que lo tenía loco, apure el último bocado del clásico asado de los viernes para volver a Casa Amarilla a cumplir con la cita pautada.

Bastó que el Loco empezara a visitarla con frecuencia, no sólo en aquel primer ciclo de Bianchi, sino también cuando regresó de Europa, para que la novedad corriera enseguida con el boca a boca de vestuario. Y, con su perfil bajo y siempre lejos del circo mediático, Villoslada consiguió lo más difícil de toda esta historia: la confianza de los jugadores. Hoy, entonces, no sólo es costumbre ver pasar a los muchachos de Ischia del vestuario hasta las oficinas de Fútbol Profesional donde atiende la psicóloga, sino que la lista de pacientes creció tanto que hoy prácticamente se dedica a los profesionales y Anabella González se encarga de visitar y conversar con los más chicos, en Parque Sarmiento. Entre los que a menudo se toman unos minutos para charlar con Mara, además de Palermo, Migliore y Boselli, también están Rodrigo Palacio, Sebastián Battaglia, Pablo Mouche, Cristian Chávez y Fabián Monzón, entre otros. Desde ya que sin la menor objeción del técnico Carlos Ischia, que tiene claro que todas las disciplinas aportan su grano de arena en la altísima competencia.

Ahí, en ese rato de introspección y desahogo, antes o después de las prácticas, cada uno deja sus mochilas. No sólo de la pelota. "Cuando en el 2006 estuve mucho tiempo lesionado, y casi no pude jugar en todo el año, fui varias veces a ver a Mara y tuvimos charlas que me ayudaron mucho. Uno tiene que estar abierto a todas esas cosas porque te pueden servir. A mí la psicóloga me ayudó mucho. A descargarme, a hablar cosas que por ahí tenés que decirlas para sentirte un poco mejor, cosas que tenés adentro y que no podés soltar en otro lado... Y más como soy yo, que soy muy reservado. Así que todo lo que sea para mejorar, siempre es bienvenido", apunta Seba Battaglia, un duro, otro referente que no reniega de la psicología. Pero no es el único: "A mí me sirvió. Yo tenía la costumbre de visitarla desde que estaba en Inferiores y ahora cada tanto trato de mantener una visita, porque te ayuda a descargar algunas cosas. No sólo del fútbol", señala Fabián Monzón, criado en la rudeza de los barrios periféricos de Rosario, pero consciente de que cuidar la cabeza es tan importante como cuidar sus piernas. Y Facundo Roncaglia, entrerriano hosco que no pudo evitar la visita cuando estaba en el fútbol juvenil, apunta: "En Inferiores me hicieron ir a charlar con ellas varias veces. Es bueno y sirve. Pero a mí mucho no me gustan esas cosas. Ahora hace mucho que no voy". Está claro, entonces, que el régimen de visitas se arma sobre la marcha y sin imposiciones. "¡Voy al psicólogo! Hablo con Mara", dice Palacio públicamente.

El salto a la órbita profesional también le planteó algunas situaciones curiosas a la psicóloga. Por caso, durante el semestre pasado, mientras Mara atendía a Palermo, afuera esperaba Boselli, el 9 suplente. O viceversa...

Alguna vez, en un contexto de tensión por la pelea por los premios, allá por el 2001, el ex tesorero Orlando Salvestrini mandó al psicólogo a los jugadores de Boca y los jugadores, tras el triunfo, lo mandaron a él con dedicatorias en sus remeras. ¿Quién hubiera imaginado que, años más tarde, los muchachos tomarían el consejo al pie de la letra? Hoy Boca va al diván sin vergüenza. Y, cabeza dura, también va por más en la Libertadores.

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