Martín fue más Palermo que el domingo. Sin toques riquelmeanos, hizo el primero y no parece haber estadística que lo frene. "Hay que seguir haciendo goles", dijo.
Palermo no jugó un partido espectacular, pero mostró esa voracidad y actitud que siempre lo pusieron por encima de, incluso, delanteros con más técnica individual. En el penal le dio duro y poco esquinado, pero nunca sacó la vista de la pelota. Ni bien cayó del salto que da cuando saca su latigazo de zurda, salió disparado a buscar el rebote de Cuenca anticipándose a los defensores que soñaban alcanzarlo.
Sostuvo un duelo con Mosquera de esos bien rústicos. A puro manotazo y choque. Tantos que el central de Arsenal, tentado por las pifias de Favale en el área, lo agarró con lo que pudo en el área en más de una ocasión. Principalmente, cuando Palermo decide y puede apostar a esa arma letal de su cabezazo. Aunque no le bastó para frenarlo en más de un centro venenoso de ésos que tiró Dátolo. Y uno de esos cabezazos tenía destino de ángulo derecho que Campestrini sacó con volada incluida. Y no sólo repitió su valor en el juego aéreo ofensivo, sino que pesó en defensa. Es más, de un par de sus rechazos nacieron dos contras.
No pudo disimular que su partido fino había sido el del domingo... Cuando se retrasó para engancharse en el armado del juego anduvo lento e impreciso para el pase. Aunque sin la posesión, presionó bien en la salida provocando el error rival. ¿Cómo? Gandolfi recibió un pase atrás y vio que se venía embalado Martín. El ex River la tocó al arquero rápidamente que cuando se quiso dar cuenta tenía a Palermo volando para cortar el pase. Campestrini la jugó apurado y la regaló.
El domingo le salieron todas, pero sin el gol pareció menos Palermo y más Riquelme. Anoche, pifió un penal, aportó menos para el juego aunque metió un gol sello del optimista que lleva en su ADN. Ese que llegó a los 180 del récord de máximo goleador de Boca y a los 194 que le exigían otros. Ese que hace rato es indiscutible.
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